Reseña. Eberhard GEISLER, El dinero en la obra de Quevedo. La crisis de identidad en la sociedad feudal española a principios del siglo XVII, Kassel, Reichenberger, 2013. 267 páginas.

Pedro Ruiz Pérez

Universidad de Córdoba (España)
pruiz@uco.es
JANUS 2 (2013)
Fecha recepción: 4/12/13, Fecha de publicación: 30/12/13
Resumen

Reseña de una obra que plantea un acercamiento al discurso de Quevedo desde sus posiciones ideológicas conservadoras, centradas en la actitud ante el dinero y los cambios socioeconómicos de su sociedad.

Palabras clave
Quevedo, economía, mentalidades, identidad
Title

Review. Eberhard GEISLER, El dinero en la obra de Quevedo. La crisis de identidad en la sociedad feudal española a principios del siglo XVII, Kassel, Reichenberger, 2013. 267 p.

Abstract

Review of a book that poses an approach to Quevedo's discourse from his conservative ideological positions, focusing on attitudes toward money and socio-economic changes in his society.

Keywords
Quevedo, economy, mentalities, identity
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En los inicios de los años setenta la versión musical de Paco Ibáñez y en una medida muy grande la necesidad de un tipo de lecturas para una sociedad amordazada encontraron una síntesis perfecta para consagrar la imagen de un Quevedo crítico y anticapitalista, en la que la bandera más reconocible era una letrilla cuyo estribillo, “Poderoso caballero es don Dinero”, se acabó convirtiendo en un tópico. Y en todos los lugares comunes la porción de realidad se mezcla con unas altas dosis de convencionalidad, cuando no de interpretaciones erradas. No era muy ajeno a este hecho habitual lo sucedido con un Quevedo que llegaba a las aulas en una versión “oficial”, canonizada, del escritor ingenioso y agudo, del que la estilística entonces persistente desvelaba los mecanismos verbales y acentuaba el deslumbramiento ante las piruetas lingüísticas. Desde posiciones más resistentes, la crítica, también la de Quevedo, se entendía como una actitud de subversión ante el poder y no como una defensa de determinados principios de autoridad, de parapeto del orden establecido frente a los riesgos inherentes a la movilidad, la que en el declive del papel imperial de España arrastraba a la sociedad monárquico-señorial y a la cultura del barroco. El cuestionamiento de la movilidad capitalista moderna no sólo se podía hacer desde el lado de acá, desde la orilla en que Karl Marx analiza la deriva negativa del sistema; también, y así lo hizo Quevedo, se podía formular desde la otra vertiente, la que arraigaba una mentalidad tradicional, basada en el orden de la sangre y el linaje, de base netamente medieval, con resabios feudalizantes. Era evidente la posición desde la que se articulaban las lecturas más beligerantes, pero se imponía (además de por las exigencias del rigor filológico) por una cuestión de salud mental tan perentoria como la contestación a la dictadura esclarecer lo que había de “realidad histórica” tras esta “construcción crítica”, por retomar la distinción de Rodríguez Moñino.

 

A esa cuestión respondía el estudio original de Eberhard Geisler, publicado en alemán en 1981, cuando aún mantenía mucha de su actualidad, en el marco de la llamada “transición”, la situación que movía las lecturas anticapitalistas de la obra quevediana. Lamentablemente, por una situación que aún se mantiene para perjuicio mutuo, las fronteras del idioma actuaron como muros para la comunicación entre dos hispanismos, sin que las aportaciones de uno fecundaran, o no lo hicieran a tiempo, los trabajos del otro. Prueba de ello es que aún hoy, cuando han pasado ya más de tres décadas desde la edición original, la traducción al español del acercamiento a la problemática visión económica de Quevedo resulta una gran novedad en el panorama de los estudios disponibles para los lectores españoles, aun los “especialistas” en el autor del Buscón, entre cuya desbordante bibliografía brilla la omisión de trabajos como el que reseñamos. El estudio del profesor Geisler, de la Universidad de Mainz (Maguncia), mantiene toda su vigencia tanto en sus planteamientos metodológicos como en sus aportaciones específicas. Los primeros aparecen claramente formulados en la segunda parte del título, la analítica, en la que destacan dos nociones fundamentales: la de la “sociedad feudal” y la de la “identidad” entendida como “crisis” en las primeras décadas del siglo XVII. En el primer caso, El dinero en la obra de Quevedo propone una muy adecuada contextualización en un horizonte que es a la vez económico e ideológico, histórico y social. Aunque los años transcurridos permiten hoy ofrecer matizaciones más finas a lo englobado bajo el rótulo, demasiado neutralizador, de “sociedad feudal”, se trata de un necesario y útil recordatorio del humus en que se asentaban muchos discursos, como el de Quevedo, y no sólo en el plano estrictamente económico. El estudio esencial de José Antonio Maravall, La cultura del Barroco, no aparece citado entre las otras obras del historiador presentes en la bibliografía de Geisler, y en sus páginas ya se hallaban matizaciones importantes a la calificación de “feudal” para la sociedad de los Austrias menores, situados más bien en un régimen monárquico-señorial. También trabajos como los de Norbert Elias, que para 1982 ya había dado a la luz el original alemán de La sociedad cortesana y había avanzado alguno de los trabajos que se reunirían como La sociedad de los individuos, resultarían de utilidad para difuminar las fronteras un tanto rigidez del concepto de “feudalismo”, difícil de sostener como tal a la altura de la política de Olivares, por ejemplo, del mismo modo que la formulación de “burguesía” como un modelo definido y claramente antagónico al feudal en el cénit y primera crisis del imperio también arrastra unos componentes de anacronismo que podrían perfilarse y merecerían el esfuerzo de afinar aún más los resultados de este estudio pionero y todavía de plena vigencia en su primera aparición en español.

 

No es ajena al rigor del planteamiento y el vigor de sus aportaciones la perspectiva global que se despliega entre la realidad material de una economía marcada por el impacto del tesoro americano y la formulación verbal de la imagen del conflicto en títulos y pasajes concretos de la producción quevediana. Entre ambos extremos, con capítulos específicos, se introducen otros elementos de reflexión (tanto en el sentido de análisis crítico como en el óptico, de elementos de reflejo y conformación de una imagen), en particular el discurso de los arbitristas, como culminación y actualización de una línea de pensamiento económico que se desplaza desde lo teológico y moral a lo político y social, con todas las tensiones y quiebras que esta acelerada deriva conoce en pocas décadas. Al margen de las posibles similitudes derivadas de la voluntad de intervenir en la marcha de los asuntos públicos a partir de las modificaciones en el modelo económico, la obra de Geisler pone de relieve la radical distancia que separa a Quevedo de los Cellorigo, Moncada o Caja de Leruela, en una oposición donde la distancia entre las divergentes concepciones de la economía no es más notable que la establecida en la pragmática de sus discursos, de la que la peculiar y distintiva constitución formal del texto quevedesco es una de las manifestaciones más evidentes. Si bien esta particularidad de la obra quevedesca ha sido bastante atendida, no lo ha sido lo suficiente en su relación con el modelo ideológico que la sustenta, y El dinero en la obra de Quevedo pone unas bases suficientemente sólidas como para hacerlo con productividad y garantías de pertinencia.

 

El segundo de los componentes conceptuales y metodológicos atendidos y señalados en portada es el de “identidad”, que Geisler asienta, junto a la crítica filosófica del capital, en teorías sociológicas y psicológicas, también psicoanalistas, lo que en principio resulta adecuado en un análisis de los albores de la “sociedad de los individuos”, volviendo al concepto de Elias. Nuestro autor toma de estas disciplinas nociones como las de conflicto y trauma, y revela la productividad que las mismas pueden ofrecer en el acercamiento a Quevedo. A través de muy concretos fragmentos de su producción, Geisler traza un recorrido por los conceptos y valores de “tesoro”, “dinero” y “capital”, para acceder a un modelo de praxis y, a partir de ahí, a la definición de una identidad, la del emergente orden burgués. Para cada uno de estos aspectos indaga la actitud de Quevedo y la formulación que establece, señalando los elementos de tensión en su discurso, y no sólo por las diferencias derivadas de los diferentes moldes genéricos y de la diacronía propia de una obra extendida a lo largo de medio siglo, dos circunstancias que no quedan desatendidas en el libro y que dan consistencia una análisis muy distanciado del hieratismo de un foto fija. Por el contrario, y no sólo por estos componentes, el análisis demuestra las tensiones y aun contradicciones de un Quevedo atrapado en la vorágine de unos cambios radicales en la realidad material regida por la economía, pero sobre todo en un universo ideológico en mutación, en una dialéctica de causa y consecuencia con el incipiente capitalismo y la quiebra del modelo de base feudal. De ahí la aparición de una identidad conflictiva, si no un conflicto de identidad, y el modo en que Quevedo lo traslada a una obra oscilante entre la afirmación de un condición autorial, netamente individual, y el refugio en unas perspectivas estamentales en cuyos prejuicios resultaba problemática la propia práctica de la escritura. Como señala Geisler (88), “Quevedo registra de una forma muy susceptible los problemas que se le presentan a un representante de la pequeña nobleza en la sociedad de su época”, por la “discrepancia entre la autoconcepción del hidalgo” y la “precariedad material”, que “explica la crisis de identidad” (ibidem). Más adelante Geisler radicaliza sus conclusiones:

Lo que hace que Quevedo se oponga al progreso histórico de su época son los intereses políticos y los resentimientos sociales. Su voluntad conservadora, no, reaccionaria, le obliga a adoptar para sí una oposición que, aunque reclame la razón en forma del ideal estoico de una vida conforme a la naturaleza, sin embargo se encierra en la evocación de un orden mítico delimitado y en la defensa de la ‘idolatría de la naturaleza’ (Marx) contra el estado de la razón que se alcanzó en su época (118).

En su recorrido por las páginas de la obra y su calibrada articulación lo que el lector percibe en la reacción de Quevedo es la respuesta, personal y a la vez sintomática, a una novedosa situación arrastrada por el capitalismo incipiente o, quizá cabría mejor decir, por la situación de cambio, inestabilidad y relativismo que, por definición, conforman la naturaleza del nuevo modelo económico, social e ideológico. En este punto, el dinero, como paradigma de esos nuevos valores, particularmente en sus procesos de fetichización, tal como analiza Geisler tras los pasos de la noción marxista, materializa la imagen de la transformación y, como sucede en la obra de Quevedo, centra los dardos surgidos del desasosiego.

 

La propia obra de Geisler no se ve inmune a unos cambios similares a los del proceso que analiza, patentes en el cruce de dos fronteras, la de los años y la de la lengua. En este último caso, el lector ha de bucear (eso sí, llevado por el interés del discurso) en las dificultades del texto interpuestas por una traducción no especialmente brillante. La aparición de acuñaciones como “carnevelesco”, “transgreder” o “absurdidad” son claros síntomas de una falta de dominio de la lengua española, que a veces llega a oscurecer el sentido de algunos conceptos (sobre todo al confundir su uso más técnico y específico con empleos más genéricos) e incrementa las dificultades en la percepción de los razonamientos. Por no salir del párrafo ya citado (p. 88), sin detenernos en la cacofonía (y distorsión semántica) de “presentan un representante”, se registran problemas conceptuales (susceptible puede ser Quevedo, no la forma, que en todo caso será apreciable o evidente) con bastantes implicaciones (la noción de “época” parece más reservada a una diacronía amplia y de cierto estatismo, de longue durée, inapropiada para unas décadas en que los cambios se sucedían con rapidez). Afortunadamente, el lector puede sortear estos obstáculos sin mayores esfuerzos, y el libro no se resiente en lo esencial. Algo parecido ocurre con la derivada del paso de los años, que obliga a resolver el eterno problema de la actualización bibliográfica. En este caso, desde las ediciones citadas a los estudios consultados, las entradas se sitúan más de treinta años atrás, ya que Geisler ha optado por dejar en suspenso la abundante producción del quevedismo en estas décadas, y, a mi juicio, no lo ha hecho sin motivos justificables. Desentrañar la espesa maraña de estudios parciales sobre los aspectos más dispares de la obra de Quevedo hubiera supuesto un esfuerzo titánico, tan considerable como el de la propia redacción del libro, y seguramente no le habría aportado nada sustancial, dada la escasez de aproximaciones de esta naturaleza registradas en torno a la obra del autor de los Sueños. Del otro lado, la atención a las aportaciones metodológicas y conceptuales surgidas en los campos donde se mueve el estudio (sociología, pensamiento económico, historia de las mentalidades, campo literario...) habría supuesto la realización de una nueva obra, diferente en sus planteamiento y divergente en su desarrollo, aunque muy posiblemente conducente a conclusiones similares. El lector puede hacer el ejercicio de imaginar el diálogo efectivo de esta obra con, por ejemplo, el estudio de Carlos M. Gutiérrez La espada, el rayo y la pluma: Quevedo y los campos literarios y de poder (2005) y comprobar cómo ambos discursos podrían haberse enriquecido mutuamente, pero también puede apreciar el valor intrínseco y relativo de un estudio que tres décadas atrás resultaba pionero y planteaba unas conclusiones que mantienen su vigencia y su operatividad.

 

Hace cuarenta años, cuando las canciones de Paco Ibáñez acompañaban a muchos escolares y universitarios en el acercamiento a Quevedo, la fórmula de “desgarrón afectivo” forjada por Dámaso Alonso en su acercamiento al poeta formaba parte sustancial del discurso crítico de la academia, de la institucionalización oficial de una imagen de lectura. Poco después Eberhard Geiler proponía otro acercamiento y dejaba planteadas otras conclusiones. Nunca es tarde para reparar un silencio, y hoy el lector, el interesado el Quevedo y el inclinado al conocimiento de la sociedad y las mentalidades en las distintas fases de la modernidad, cuenta con un instrumento muy válido, un análisis que muestra que el desgarrón no era sólo afectivo, sino que los retorcimientos del estilo quevedesco eran movidos también por unas tensiones derivadas de una identidad inestable ante los embates del capitalismo, una identidad individual y colectiva que comenzaba a disolverse o a transmutarse en la corriente del dinero y en el río de la historia.